sábado, 24 de abril de 2010

La mala comunicación

Pues sí que las coincidencias se dan cuando menos te lo esperas. Dos amigos me recomiendan, uno, una novela, y el otro, una obra de teatro. Leo la una y veo la otra y ambas me dejan, por la misma razón que ya explicaré, en un estado parecido al que se padece después de un atracón, es decir, satisfecho pero inquieto porque no se sabe si se va a pasar buena noche o se tendrán pesadillas.

La puesta en escena de Oleanna, escrita por David Mamet, dirigida por Enrique Singer y protagonizada en dos actos por Irene Azuela y Juan Manuel Bernal, es muchas cosas a la vez que se reducen a una sola: la incomunicación entre dos seres humanos o, peor aún, la mala comunicación. Desde sus respectivas posiciones de maestro y alumna, se establece en Oleanna una lucha por apuntalar el punto de vista y la posición de cada personaje, por su interpretación del rol que le toca jugar a cada quien dentro de su estereotipo, por su lugar dentro de la sociedad, por sus pasiones. Y el público, que se llena de un diálogo rico e inteligente que lo lleva a tomar partido, ya con uno, ya con otro, siguiendo una pelota imaginaria como si de un juego de tennis se tratara, es orillado a fijar su posición, a tomar partido a sabiendas de que se puede estar equivocado.

David Mamet es un escritor, guionista y director muy reconocido y con una larga lista de premios en el teatro y en el cine. De él son las bien conocidas películas, entre otras muchas, Éxito a cualquier precio (1992) con Al Pacino, Alec Baldwin, Kevin Spacey y Jack Lemmon -de aquellos vendedores de una empresa inmobiliaria que hacen cualquier cantidad de trampas por ser exitosos, ¿se acuerdan? Y también la de Escándalo en la Casa Blanca (1997), cuya trama plantea una estrategia de comunicación ficticia y tramposa para que el presidente de los Estados Unidos gane las elecciones. Al escribir esto, me doy cuenta que el factor “trampa” también es parte de la trama de Oleanna y me llama la atención la recurrencia del tema en este autor.

Y para los interesados: Oleanna era una comunidad en New Norway, Pennsylvania –creada en el siglo XIX por Ole Bull, el violinista noruego- que pretendió ser una comunidad perfecta pero que no logró “llegar a buen puerto”, de la misma manera que les sucede al los protagonistas del guión de Mamet. Los actores de esta puesta en escena, Bernal y Azuela, un poco sobreactuados al principio pero, para fortuna del espectador, “al calentar motores” nos brindan una buena actuación que siempre se agradece.

Y la novela, ay, la novela, tremenda: Cinco horas con Mario del autor español Miguel Delibes. El tema: las cinco horas que pasa una viuda con el cuerpo de su marido muerto tras un repentino infarto. Veinticinco años de casados motivan un monólgo-diálogo entre Carmen, la esposa, y los subrayados en un ejemplar de la Biblia que hiciera en vida el hoy occiso. Y otra vez la incomunicación o, como dije antes, la mala comunicación pero en este caso “de toda una vida”. Para cada párrafo subrayado, ella tiene una contestación, un reproche, una amargura. A él, lo conocemos por ella y sus regañinas pero tambien por sus señalamientos en la Biblia. A ella, por sus mezquindades, su racismo, su clasismo y, al final, por su culpa. Ese final todavía me conmueve (o me remueve) solo de pensarlo. Esas cinco horas que pasa Carmen con su finado esposo son las únicas, en veinticinco años, que quizá valieron la pena entre ese matrimonio; al fin se estableció algún tipo de comunicación aunque sea en el espacio del surrealismo entre muertos y vivos.

Mención aparte merece el tratamiento del autor a la posguerra española vista desde el lado de los ganadores. Esta época aparece como una triste victoria en la que la libertad estuvo coartada hasta para los vencedores y en la que solo asumiendo la frivolidad de Carmen se podía vivir: No te rías, Mario, pero una autoridad fuerte es la garantía del orden, acuérdate de la República, no es que yo me lo invente, aquí y en todas partes, y el orden hay que mantenerlo por las buenas o por las malas. O se es, o no se es, que diría la pobre mamá.

Tengo que concluir diciendo que si alguién creyó que con el fin de la guerra se terminaban las dos Españas opuestas, estaba muy equivocado. Encarnados en Carmen y Mario, el autor nos presenta el divorcio comunicativo entre las dos visiones de ese país, y aunque la escena de la novela ocurre en 1966, me temo que se puede trasladar hasta nuestros días. Basta leer el periódico.

sábado, 17 de abril de 2010

Dos por Dos

Traducida al español como El cazador oculto o El guardián en el centeno, la novela de J. D. Salinger no me resultó tan provocativa y chocante como debe haber sido en 1951, año de su publicación. Todo lo que sabía de ella -soy una lectora tardía de Salinger- apuntaba a anécdotas tales como la relación del libro con varios asesinos connotados, entre ellos el de John Lennon, que lo portaba al momento de asesinar al mítico cantante. También sabía de esta novela por la mención que se hace de ella en la película Conspiración (1997, protagonizada por Mel Gibson y Julia Roberts) pero no es sino hasta ahora que me entero que también ha sido tema de canciones y que la traducción del título al español ha generado múltiples polémicas. El caso es que la novela, por su lenguaje, por la edad del protagonista, por estar narrada en primera persona y por tocar temas que en los primeros años de la década de los cincuenta, en plena posguerra, eran pertubadores, causó una verdadera revolución en las buenas conciencias de la sociedad norteamericana. El tema, un joven adolescente que es echado de su escuela y antes de llegar a casa (a enfrentarse al enojo de sus padres) decide pasar unos días en Nueva York -haciéndose el adulto- no deja de ser conmovedor, aterrador -por los peligros a los que está expuesto- y crítico de una sociedad que deja mucho que desear (en particular de sus jóvenes), a la vez que resulta divertido, ingenuo y, por contradictorio que parezca, esperanzador, justamente por la rebeldía del protagonista.

Declaro que no soy capaz de enfrentarme a esta novela con los ojos de aquella época; hoy me resulta una mezcla de los filmes Midnight cowboy con El graduado, con la novela de Diablo Guardián de Xavier Velasco o con una que leí recientemente de Eusebio Rubalcava: Un hilito de sangre. Con lo anterior quiero decir que en esta época, El guardián en el centeno no deja de ser una buena novela, interesante, iluminadora, bien estructurada y bien trabajados sus personajes, pero no escandalosa. En la actualidad los desenfrenos son otros.

Y justamente hablando de desenfrenos se me viene a la cabeza la trilogía Milenio y su primera entrega: Los hombres que no amaban a las mujeres, del escritor sueco Stieg Larsson. Este primer tomo, de setecientas y pico de páginas, es un thriller dentro de otro thriller. Así, para los amantes de este género, la oferta es de dos por uno. En la trama, el periodista Mikael Blomkvist es acusado y sentenciado por difamación y esta situación es aprovechada por el magnate Henrik Vanger para persuadirlo de que investigue la muerte de una sobrina, acaecida cuarenta años atrás. Un personaje clave es la hacker Lisbeth Salander, de tan solo 24 años de edad pero que, pese a ser peso mosca, se las sabe todas. Un enredo económico-financiero complejo, de alto nivel, con sexo de por medio, violaciones, intrigas neonazis, corrupción, amor, soledad, ¿qué más? Bien escrito aunque no creo que resista el paso del tiempo, a pesar de que Vargas Llosa opine lo contrario. No dejo de ver en la novela, sin embargo, la crítica social que encierra y que va más allá de la pura anécdota, la denuncia expresada mediante la rabia del escritor ante la injusticia (que no imaginaba yo en el escenario sueco) y lo bien armado de sus personajes que aporta calidad al escrito.

También quiero apuntar que me pareció divertido que el escritor -quien por cierto murió muy joven, de manera inesperada y no conoció el rotundo éxito de sus novelas- hace referencia a los libros de misterio que lee su personaje principal, una especie de alter ego, y resulta ser fan de autoras (¿se han fijado que hay un gran número de mujeres escritoras de novelas de misterio?) tales como: Sara Paretsky, Val Mc. Dermid y Elizabeth George (¡habrá que leerlas!).

En cuanto al cine, la película Las flores del cerezo (2008), coproducción franco-alemana, dirigida por la cineasta alemana Doris Dörrie (hannoveriana y en sus cincuentas), quién por cierto tiene un documental muy interesante con el maestro Edward Espe Brown que aplica la filosofía budista en la cocina (Cómo cocinar tu vida), nos lleva, de un pequeño pueblo en los Alpes alemanes, a Tokio y al monte Fuji, donde Trudi, el protagonista masculino, logra al fin comprender la esencia de su mujer -con la que ha estado casado por más de cuatro décadas- mediante la danza del Butoh. Una combinación entre la vida moderna acelerada y los ritmos más pausados de las tradiciones. Una combinación, también, entre la vejez y la juventud, entre lo pragmático y lo místico, entre el occidente y el oriente. Una bella película que se mueve con la cadencia del viento que mece los cerezos en flor.
Y en cartelera: La reina joven (2009) protagonizada por Emily Blunt, Rupert Friend y Miranda Richardson, como la duquesa de Kent, no logra cubrir las expectativas de la gran producción. Ganó el Oscar al mejor vesturio en la premiación pasada pero, como dije, ni la actuación, ni el guión, ni la dirección, logran alcanzar a cualquiera de las películas recientes que se han hecho sobre la realeza inglesa. La dramatización de esa época, y las intrigas que sufrieron la reina Victoria y el príncipe Alberto, hubiera dado para una mucho mejor película; ¡hasta ya me la estoy imaginando! ¿por qué no me contrataron a mí?.

viernes, 9 de abril de 2010

La novela El jugador, de Fiódor Dostoievsky, varias veces llevada a la pantalla grande (y también a la chica), encuentra una adaptación interesante en la puesta en escena del director húngaro Károly Makk. En los papeles principales actúan los ingleses Michael Gambon y Jodhi May que protagonizan a Dostoievsky y Anna Snitkina, quien fuera su taquígrafa y posteriormente su esposa, en 1867. En el guión (Katharine Ogden, Charles Cohen y Nick Dear) se entrelaza la famosa novela del escritor ruso con los sucesos de la vida real. La historia va como sigue: Dostoievsky es explotado por su editor, que le exige la entrega perentoria de un libro del que el novelista lleva escritas solo unas cuantas páginas (todo real). De no entregar el manuscrito a tiempo, lo que produzca en adelante será propiedad del desalmado editor. Fiódor vive, de por sí, una situación económica ruinosa, además de que le gusta el alcohol y es un adicto al juego. Contrata a Anna para que lo ayude en la escritura de la mencionada novela (aunque le parece un intento que no fructificará) y, oh sorpresa (de la vida real, no lo olvidemos), ella resulta ser su salvación; tanto así que, una vez entregado a tiempo el manuscrito, deciden casarse y viven juntos hasta la muerte del célebre escritor ruso. En la película, al principio y al final, se ve una misma escena de Anna, cargando un bebé y entrando al casino a sacar a su jugador marido del antro que se encuentra inmerso en la “ruleta”. Para rematar, aparece el epílogo que nos pone al tanto sobre lo acontecido:... después de casarse con Anna, Fiódor escribió sus más famosas novelas: Crimen y Castigo, El Idiota, Los Endemoniados, Los hermanos Karamazov.

Y es que en realidad la película no es sobre él, sino sobre ella, de la que se ha escrito poco y de la que yo querría llamar la atención. La jovencita Anna, apenas 20 años, es la mejor estudiante de la academia de taquigrafía (técnica recién inventada en Europa) y tiene, aparentemente, una situación familiar acomodada hasta que muere el padre; las deudas, entonces, ahogan a la familia y ella tiene necesidad de trabajar. Su novio la ayuda con la situación y hasta le propone varias veces matrimonio y una vida placentera y desahogada. ¿Qué más pedir? Sin embargo, la ruleta de la vida está ya en marcha y la joven Anna ha encontrado a Dostoievsky y, a través de él, se ha topado con la magia de la literatura y de la imaginación - que Rosa Montero llamara, con tanto acierto, la loca de la casa. La vida de Anna, de acuerdo con los datos fríos, no debe haber sido “miel sobre hojuelas” en la parte económica, por decir lo menos, pero con certeza estuvo recompensada por la riqueza intelectual y la pasión que debió llenar la atmósfera de esa casa. O así me lo imagino yo.

Investigando algo sobre ella, encontré que a la muerte de su marido (1881) escribio dos libros: Memoires y Diario del año 1867. Interesante ¿verdad?. Me pregunto:¿Habrá en la obra de Dostoievky algo más que la mano de una taquígrafa?

viernes, 2 de abril de 2010

Sobre "Una palabra tuya" de Elvira Lindo

La novela Una palabra tuya de la escritora española Elvira Lindo, me ha sorprendido. Durante varios años he leído la columna semanal que esta autora publica en el diario EL PAÍS y también he visto parte de una película basada en una serie de novelas escritas por la señora Lindo, acerca de las aventuras de un niño gordo y pesado -Manolito Gafotas- que, por cierto, tuvieron mucho éxito en España. Tanto sus artículos como la serie de aventuras tienen un tono de burla, de chascarrillo, y hasta de ironía sobre personajes reales y prototípicos de la sociedad española. Siempre he asociado a Elvira Lindo con un lenguaje ligero y picante, que si bien es correctamente utilizado, tiene el propósito de provocar la risa fácil. Sus barbaridades literarias, por llamarlas de algún modo, son ocurrentes y bien escogidas para su propósito. Sin embargo, casi desde la primera línea de Una palabra tuya el lector percibe que aquello va por otro camino.

Aunque la anécdota que nos relata no es más trágica que muchas otras que hayamos leído, experimentado o conocido, Elvira Lindo la plantea con tal crudeza que nos congela y pasma. Tan así, que las últimas páginas de la novela las tiene uno que leer sin prisa, con reflexión; porque si no, nos perturbarían de más.

Todos los personajes de la novela están ahí porque tienen que estar y juegan un papel determinante; inclusive la zapatera de la cual sólo aparece su mirada que, por cierto, es clave en el desenlace.

Elvira Lindo nos presenta una vida igual a muchas otras a la vez que diferente, y el lector no tiene más remedio que, de una u otra forma, inmiscuirse en la trama, compenetrarse y sufrir y regocijarse de las penas y alegrías de los personajes.

Me pareció una novela muy fuerte, muy buena y, ella, Elvira Lindo, una revelación como novelista. Sólo hay otra excelente novela, de las muchas que he leído, que me ha quitado el sueño: Plenilunio de Antonio Muñoz Molina, su marido. ¡Qué intensa debe ser la vida conyugal de esta pareja!

En otro orden de ideas, me sugiere un amigo cercano que para estas fechas lo recomendable es echar nuestros pensamientos al aire, acompañados por La Pasión según San Mateo de J.S Bach. No se pierde nada con probarlo ¿no crees?

Y otro amigo querido me dice que me faltó en el anterior blog -acerca de las reglas de urbanidad en el uso de celulares y sus parientes- una situación muy importante -y muy común- que tiene que ver con las pequeñas reuniones sociales en las que suena el mencionado aparato y uno de los contertulios tiene la necesidad de contestar. Lo que se sugiere en estos casos es que el interesado pida una disculpa, conteste y se retire del grupo para que él pueda hablar con libertad y, sobre todo, para que no interrumpa la conversa de los demás. Y, de mi parte, una regla más, la número uno, que no tiene que ver con la urbanidad sino con la sobrevivencia: no manejes cuando estés hablando por teléfono (y viceversa, para que quede claro). Me enviaron un video aterrador sobre accidentes (que por cierto han proliferado) provocados por conductores que -al igual que todos nosotros creemos, tan temerarios- se creen capaces de hacer múltiples cosas en paralelo. Usen el altavoz del teléfono o detengan el coche. De verdad, que tengo mucho interés en que sigan leyendo mi blog sabatino.