domingo, 26 de septiembre de 2010

Mañana es hoy

También mañana hará calor y habrá humedad. Pero, de hecho, mañana es hoy; con estas crípticas palabras -mañana es hoy- termina su última novela -Versos de vida y muerte- el escritor israelita Amos Oz (Jerusalén, mayo 1939). Y si con esas palabras finaliza, no son menos inquietantes las frases que dan comienzo a su narración: Por qué escribes. Por qué escribes precisamente de esa forma...Qué función cumplen tus relatos.¿Tachas y corriges constantemente o escribes llevado por la inspiración?...¿cómo te defines a tí mismo?¿Qué respondes a todos aquellos que te atacan?...¿Qué piensa tu ex mujer de los personajes femeninos de tus libros? Y de hecho, ¿por qué abandonaste a tu primera mujer y también a la segunda?...¿eres un escritor comprometido?...¿cómo es que siendo artista tu vida privada no es nada tormentosa?...¿o es que aún hay cosas que no sabemos de tí?...¿Podrías decirnos, resumiendo y con tus propias palabras, qué querías decir exactamente en tu último libro?
El protagonista de la novela, un escritor sin nombre, el autor, se dirige a una velada literaria, como tantas otras, donde él sabe que un público, aparentemente anónimo, habrá de cuestionarlo de tal suerte que tendrá que elaborar respuestas astutas o evasivas, nunca sencillas y directas. Durante las pocas horas en que transcurre la acción, el autor interacciona con una serie de personajes que cobran vida en su imaginación y que, en el ejercicio de su oficio de escritor, reciben nombre, trama y designio: la mesera (Riki) del café en el que parará el autor antes de llegar al recinto de la conferencia; Charlie, el novio de Riki y también de Lusi; un par de parroquianos (señor León y Shlomo Hogi, su lacayo), Ovadia Hazzam, dueño de un Buick azul, ahora hospitalizado; el hijo de Hazzam, que se casó con Lusi; Ruhele Reznick, recitadora que colecciona cajas de cerillas de hoteles internacionales ...y así hasta 39 personajes maravillosamente descritos -en forma y fondo-, producto del arte de la imaginación y la buena escritura. Gran parte de la novela está narrada por una voz omnipresente y escrita en futuro ( ...el autor se sentará... observará, ...apartará) aunque también hay párrafos en tiempo presente y otros en que el narrador habla con el autor en segunda persona: se pone al tú por tú. Y todo sucede, gracias al buen oficio de Amos Oz, sin que el lector se enrede o sufra con un texto ilegible. Por el contrario, se queda uno admirado de lo que un escritor "académico" puede aportar al oficio de escritor. Esta pequeña novela (120 páginas) es un ejercicio de virtuosismo en lo relativo a la construcción de un texto y al manejo y desarrollo de unos personajes, personajes imaginarios con los que el escritor debate hasta hacerlos reales. También es un texto reflexivo sobre el quehacer del escritor y también una novela dentro de otra -con un autor dentro de otro: ... ¿por qué escribir sobre algo que también existe sin tí? ¿para qué describir con palabras lo que no son palabras?...¿qué función desempeñan tus relatos si es que desempeñan alguna?¿A quién le resultan útiles?¿Quién necesita, si me permites la pregunta, tus manidas fantasías sobre cansinos asuntos de cama o de camareras frustradas, sobre recitadoras solteras que viven con su gato...?...A pesar de todo, ¿serías tan amable de de explicarnos, resumiendo, con tus palabras, lo que el autor pretende decir en este texto?...(Y él, el escritor y el autor) Se siente completamente avergonzado por mirar a todos (a sus personajes) desde lejos, de reojo, como si existiesen solo para que él los utilice en sus relatos. Y esa verguenza acarrea también una angustiosa pena por ser siempre un extraño, por su incapacidad para tocar y ser tocado...Como la mujer de Lot: para escribir debes mirar hacia atrás. Y así tu mirada te convierte a tí y los convierte a ellos en estatuas de sal. Escribir sobre cosas que existen, pretender apresar una tonalidad, un olor o un sonido con palabras, es algo parecido a tocar una pieza de Schubert estando Schubert presente en la habitación, tal vez sonriendo con sarcasmo en la oscuridad... Y así, cuando algo imaginado se plasma en unas letras, en unos párrafos, en una narración lo imaginado es ya real: También mañana hará calor y habrá humedad. Pero, de hecho, mañana es hoy... Para mí, sin duda, Amos Oz es uno de los grandes escritores de nuestros días.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Las amantes de don Benito

A pesar de su amplia filmografía, no he visto mas que dos películas del cineasta italiano Marco Bellocchio: Buenos días, noche (2003) y la más reciente, La amante de Mussolini (Vincere, 2009). La primera relata el secuestro, en 1978, de Aldo Moro, ex primer ministro de Italia y presidente de la Democracia Cristiana, a manos de una célula de la organización terrorista las "brigadas rojas". La película exhibe al detalle los casi dos meses de cautiverio que culminaron con la muerte de Moro, en los que hubo un juicio inédito público entre los miembros de esa organización, el gobierno que se negaba a negociar y el propio secuestrado. Me pareció una película extraordinaria, gracias a una notable dirección por parte de Bellocchio.
En el caso de La amante de Mussolini, el cineasta tiene entre manos otro buen tema histórico apoyado en datos recientes: por un lado, la aparición de los diarios secretos de Claretta Petacci (la amante oficial de Mussolini), editados en el libro Mussolini secreto, publicado en el 2009, en donde esta mujer revela detalles íntimos del Duce que, a sesenta y cuatro años de su muerte, redondean su personalidad despótica y su pensamiento racista y fascista - no olvidemos que Mussolini es el creador del fascismo. Por otro lado, el Bellocchio guionista, logra rescatar de la picaresca popular la historia poco conocida de otra de las amantes de don Benito, y quizá su primera esposa, Ida Delser, que en la película es interpretada por la bella actriz Giovanna Mezzogiorno (protagonista del film El amor en los tiempos del cólera, 2007). Y si por un lado la indiscreta Petacci escribió el primero de febrero de 1938 que el Duce le decía: Soy esclavo de tu carne. Tiemblo mientras lo digo, siento fiebre al pensar en tu cuerpecito delicioso que me quiero comer entero a besos. Y tú tienes que adorar mi cuerpo, el de tu gigante. Te deseo como un loco, por otro lado, Bellocchio tiene la gracia de situarse veinte años antes y de plasmar esas mismas palabras en ardientes imágenes eróticas entre el joven Benito y la casi niña de clase acomodada, Ida Desler.
La trama comienza en el Milán de 1912-1914 y cuenta la historia de esta joven mujer que subyugada con la personalidad de Mussolini se entrega a él sin reparo alguno tanto así que hasta invierte sus ahorros y sus bienes en la fundación de un periódico propagandista que él dirige (Il Popolo d´Italia, vocero del pensamiento fascista). De esa relación nace un niño pero cuando madre e hijo buscan alguna satisfacción son despreciados y abandonados y...si te he visto no me acuerdo, parece decir, con su indiferencia, el famoso Duce. Hasta la muerte de Ida, en un hospital psiquiatrico en 1937, esta pobre mujer busca el reconocimiento de su otrora amado como su esposa legítima y clama asimismo por los derechos de su hijo: Benito Albino Mussolini quien, por cierto, también murió en un asilo psiquiátrico siendo aún muy joven: ¡vaya secretos que guardaba el dictador italiano! Toda una tragedia que confirma la maldad y el egocentrismo alrededor de la personalidad de este triste personaje de la historia del siglo XX que llevara a la locura individual a sus seres cercanos y a la colectiva a todo un pueblo. Pero la película, a mi juicio, no trata sobre Mussolini o sobre la pobre Ida, la película tiene un claro mensaje: enfrentar al espectador con el fascismo encarnado en la persona de Musssolini. Las actuaciones, principalmente la de Filippo Timi que personifica al Duce, son premeditadamente exageradas y hasta grotescas: la manera en que hace el amor, su tono al hablar, sus gestos, su mirada. En la segunda parte de la película, el director nos presenta a Mussolini a través de noticieros y videos de la época (en blanco y negro) para corroborar que su interpretación del joven Mussolini(a colores)
-aquella que el espectador encontró desorbitada-, era la semilla de ese otro, del real, del Mussolini de carne y hueso que estamos viendo en la pantalla y que, en su tiempo, sufriera toda la humanidad.
Así, la dirección y los recursos utilizados por el director son excelentes, la ambientación impecable, la música, que por momentos se entrelaza con la trama con tal fuerza que da la idea de ser una ópera, muy bien lograda y..., sin embargo, en las dos horas y poco más que dura la película algo me faltó ¿o me sobró?

domingo, 12 de septiembre de 2010

Otra de ricos

A medida que avanzaba en la lectura de El gran Gatsby (1925) me preguntaba por qué se habría convertido en un clásico de la literatura norteamericana. Parece ser que la novela no llamó tanto la atención en los primeros años desde su publicación, y no fue sino hasta unos veinticinco años más tarde (por los años cincuenta) que alcanzó ese estatus. Un clásico es, para decirlo de manera simple, la obra que pasa "la prueba del añejo": ya porque su sustancia es importante y atemporal, o porque describe una época con tal maestría que la convierte, para siempre, en eterna. Creo que esto último es lo que acontece con el relato de Francis Scott Fitzgerald, uno de los escritores, junto con Dos Passos, Hemingway, Steinbeck, Faulkner, Pound y Caldwell, de la llamada "Generación Perdida".
En El gran Gatsby, Fitzgerald logra plasmar en blanco y negro el american dream... de los americanos -por cierto, bien diferente al de los inmigrantes europeos de entre guerras-, y lo sitúa en la costa este de ese país, en los alrededores de Nueva York, donde la vida transcurre con una "melancólica belleza" entre las gasas de los vestidos de las etéreas mujeres que acuden a deslumbrantes fiestas -donde nada se escatima- después de un día en el club de golf, en el velero, o de compras en Manhattan. La frivolidad y la banalidad parecen ser los signos que rigen las relaciones de los personajes cuyas vidas transcurren entre el charleston y el jazz (¿lo dice el libro o así me lo imaginé?), entre las burbujas del champaña y el humo de los cigarros puros, entre bromas sin trascendencia y mezquinos cuchicheos. Y es en este ambiente en el que aparece un personaje solitario y misterioso que, mediante su evidente riqueza, logra capitalizar la atención de los grandes apellidos de la región: todos acuden a casa de Jay Gatsby; sus fiestas son lo in del momento. Pero él no pertenece a ese mundo; él persigue su propia fantasía: el amor. Por amor ha conseguido llegar (nadie sabe bien cómo) hasta ese mundo de oropel en el que con dinero -como decía el Piporro ¿se acuerdan?- dances the dog. Sin embargo, hay algo que Gatsby no sabe: él nunca podrá pertenecer a ese círculo; el desenlace de la historia es implacable y lo deja bien claro: ...pensé en el asombro de Gatsby cuando descubrió la primera luz verde al final del embarcadero de Daisy. Había hecho un largo camino para llegar hasta aquel césped de color azul, y su sueño tuvo que parecerle tan cercano que difícilmente podía dejar de alcanzarlo. No sabía que estaba ya tras él, en algún lugar de la vasta negrura más allá de Nueva York, donde los oscuros campos de la nación americana se extendían, interminables, bajo la noche...Gatsby creía en la luz verde, en el orgiástico futuro que año tras año retrocede ante nosotros. Se nos escapa el momento presente, pero ¡qué importa!; mañana correremos más deprisa...y así seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados sin descanso hacia el pasado.
No he visto la película que estelarizaron Robert Redford, el gran Gatsby, y Mia Farrow, en el papel de Daisy.
Creo que no me la voy a perder y, desde luego, la novela bien vale una mirada tuya.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Coincidencias

En esta semana terminé de leer el libro Un mundo para Julius (1970) del escritor peruano Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939); por otro lado, tuve la oportunidad de ver la última película del cineasta mexicano Luis Estrada (1962), El Infierno. Dos temas opuestos que, me temo, tienen muchas coincidencias.
El libro describe con fino detalle la vida de la oligarquía peruana (o cualquier otra; todas son parecidas) valiéndose de la inocencia de un niño de cinco años que va creciendo con el lector hasta los once años de edad. Vivencias, relaciones, enseñanzas y descubrimientos infantiles y adolescentes forman un todo con el que Alfredo Bryce ironiza sobre la vida de los más ricos. Viven en palacios pero se construyen otros, tienen coches pero compran más, hacen fiestas pero son insuficientes; viven con la superficialidad en la boca y, peor aún, en la cabeza. El mensaje general de la novela es que los super ricos (aquéllos que en Estados Unidos son casi 300 y en México, 13; los billonarios) ni sufren ni padecen, viven en una especie de limbo en el que las desgracias que les ocurren se superan como por arte de magia: papá murió cuando el último de los hermanos en seguir preguntando dejó de preguntar cuando volvía papá de viaje, cuando mamá dejó de lloorar y salió un día de noche, cuando se acabaron las visitas que entraban calladitas y pasaban de frente al salón más oscuro del palacio (hasta en eso había pensado el arquitecto), cuando los sirvientes recobraron su mediano tono de voz al habla, cuando alguien encendió la radio un día, papá murió.
El niño Julio (Julius), el pequeño de la familia, criado entre las criadas, es el único que parece darse cuenta que fuera del palacio donde vive hay otros mundos a los que él, por desgracia para su curiosidad infantil, no tiene acceso: ... recuerdas que durante los viajes a los que nos llevaba mi madre cuando éramos niños, solíamos escaparnos del vagón-cama para ir a corretear por los vagones de tercera clase. Los hombres que veíamos recostados en el hombro de un desconocido en un vagón sobrecargado, o simplemente tirados por el suelo, nos fascinaban. Nos parecían más reales que las gentes que frecuentaba nuestra familia... hemos nacido pasajeros de primera clase; pero, a diferencia del reglamento de los grandes barcos, aquello parecía prohibirnos las terceras clases.
En algunos episodios la novela se torna chocante, seguro de manera premeditada por el autor, y el lector tiene que regresar, para mantener el equilibrio, a aquel título de telenovela que en los años setentas tanto reconfortara a las clases medias: "Los ricos también lloran". Pero el punto que yo quería resaltar tiene que ver con el mundo que se le ofrece a ese niño rodeado de encajes y tafetanes. A diferencia de lo que uno pensaría en el sentido de que el poder económico te brinda todas las opciones posibles, parece ser, de acuerdo a la novela, que el tener todos los bienes materiales que se te ocurra, te predestina, te limita, te acota. Julius no tiene más remedio que ser como sus hermanos y sus padres y sus tíos; no puede ser como las sirvientas, o los vagabundos o los albañiles en los que él encontraba, contradictoriamente, un mundo más rico. La novela termina con un Julius que percibe este sino: ...quedaba un vacío grande, hondo, oscuro... Y Julius no tuvo más remedio que llenarlo con un llanto largo y silencioso, llenecito de preguntas, eso sí.

¿Y qué mundo le ofrece El Infierno, la película, a los jóvenes? En el otro lado de la gama social está la pobreza, los pobres que ansían ser ricos. En un pueblo del norte de este sufrido país bicentenario, se centra la trama de la película, cuyo guión, al igual que el de La ley de Herodes del mismo director, es de la autoría de Jaime Sampietro.
Cuando El Benny (Damián Alcázar) regresa a su pueblo después de veinte años de bracero en Estados Unidos, encuentra que el narco se ha apoderado de la región y que los habitantes, cual más, cual menos, queriendo y no queriendo, directa e indirectamente, tienen nexos con la mafia. El Benny, que regresa al terruño, al hogar, a trabajar por los suyos, no tiene otro remedio que enrolarse en el crimen organizado y ahí empieza una historia violenta, sangrienta y despiadada... dicen que de humor negro. El final es evidente, El Benny muere y su sobrino, al que el tío trata de llevar por otro camino, no puede, al igual que el Julius de la novela de Bryce Echenique, evitar su sino: se vuelve mafioso. El director, mediante una caricatura de hechos, nos muestra el mundillo manejado por las mafias en connivencia con las autoridades. Nos muestra los extremos, los excesos, las parodias a las que se puede llegar y que empiezan a parecerse mucho a la realidad que nos rodea. Creo y espero que esta película sea en el futuro un referente del pasado; hoy en el presente, no le encontré el humor (ni blanco ni negro), no me hizo reír en un solo momento y sí, me preocupó enormemente el mundo que hoy le ofrecemos a nuestros julios.