domingo, 29 de agosto de 2010

¿Y los trenes?

Me ha resultado un verdadero agasajo volver a leer El águila y la serpiente , una de las emblemáticas novelas de Martín Luis Guzmán (Chihuahua, 1887- Cd. de México, 1976). Tanto esta narración como sus otras dos grandes novelas, La sombra del caudillo y Memorias de Pancho Villa, se inscriben en la corriente literaria de la época revolucionaria, caracterizada por la descripción de anécdotas vividas por los autores, por testimonios de primera mano, y por apreciaciones personales de la situación y de los personajes del momento. Por tanto, si bien es cierto que la novela de la Revolución no hace un análisis con visión amplia de lo que sucedía en ese momento en el país (ese paquete le tocó a los historiadores), sí en cambio permite al lector adentrarse en el ambiente de la época y en algunos de sus personajes en el entendido de que, de esa aventura, uno saldrá con una "visión de rendija". Pero, ¿no es fascinante conocer a Carranza a través de los ojos de uno de sus opositores?: Don Venustiano no bailaba -o bailaba poco-, pero se sentía siempre en su elemento si frecuentaba el trato con las damas. Su fortaleza en punto a bailecitos y bochinches no conocía término... Cerca de él no pueden estar mas que los aduladores y serviles, o los que fingen serlo para que Carranza les sirva en sus propósitos personales. Es un corruptor por sistema: alienta las malas pasiones, las mezquindades y aun los latrocinios de cuantos lo rodean, lo cual hace a fin de manejar y dominar mejor a unos y otros.

¿Y qué tal ver a José Vasconcelos, a Alberto Pani, a Alfonso Reyes, con la mirada del amigo, del par? ¿O saber de primera mano lo que los intelectuales de esos días pensaban acerca de Villa o de Zapata?: Y de este modo, por más de media hora, nos entregamos (Villa y Guzmán) a una conversación extraña, a una conversación que puso en contacto dos órdenes de categorías mentales ajenas entre sí. A cada pregunta o respuesta de una u otra parte, se percibía que allí estaban tocándose dos mundos distintos y aun irreconciliables en todo, salvo en el accidente casual de sumar sus esfuerzos para la lucha. Nosotros, pobres ilusos -porque solo ilusos éramos entonces-, habíamos llegado hasta ese sitio cargados con la endeble experiencia de nuestros libros y nuestros primeros arranques. ¿Y a qué llegábamos? A que nos cogiera de lleno y por sorpresa la tragedia del bien y del mal, que no saben de transacciones: que puros, sin mezclarse uno y otro, deben vencer o resignarse a ser vencidos. Veníamos huyendo de Victoriano Huerta, el traidor, el asesino, e íbamos por la misma dinámica de la vida y por cuanto en ella hay de más generoso, a caer en Pancho Villa, cuya alma, más que de hombre, era de jaguar, de jaguar en esos momentos domesticado para nuestra obra o para la que creíamos era nuestra obra; jaguar a quien, acariciadores, pasábamos la mano sobre el lomo, temblando de que nos tirara un zarpazo.

La novela está estructurada en dos grandes capítulos: Esperanzas revolucionarias y En la hora del triunfo y cada una de esta partes, a su vez, se compone de siete libros en los que el autor organiza de manera inteligente y ágil el cúmulo de recuerdos que su pluma logró atrapar. Los sucesos que describe tienen lugar entre 1913 y 1915, así que los más de diez años que median entre lo pasado y la publicación del libro, no hicieron sino depurar las experiencias del autor para beneficio de sus lectores. Y no sólo eso, me parece una acción valiente "encuerar" a algunos nombres de notables que, en 1926, cuando aparece el libro, todavía andaban dando guerra por estos lares.

El primer episodio del primer capítulo: La bella espía, es un cuento delicioso con el que Martín Luis Guzmán nos hace cómplices de un enredo que tanto cae en lo casero como en el terreno de los grandes vuelos de la política pero que, sobre todo, nos abre la puerta para escuchar todo lo que sigue(a veces situaciones muy graves y muy fuertes, con la certeza de que será contado con gran maestría narrativa.

En esta segunda lectura, encuentro dos aspectos principales que antes pasé por alto: el primero tiene que ver con la decepción de Martín Luis Guzmán por el camino que tomó la Revolución, contrario a los ideales originales de muchos, y que hoy cobra mayor fuerza al cumplirse los cien años de esa mentada gesta. Nos dice el autor: Yo tenía entonces ideas demasiado optimistas -y, en consecuencia, absurdas- sobre la posibilidad de ennoblecer la política de México. Creía aún que a los ministerios podían y debían ir hombres de grandes dotes intelectuales y morales, y hasta consideraba deber de los buenos revolucionarios el declinar los altos puestos para que se confiaran a lo mas apto posible y mas ilustre... El paisaje del campo -¡yermas tierras de Tacuba, polvorientas y tristes!- me hizo sentir otra vez lo absurdo de la situación política en que nos movíamos.

El segundo aspecto es una apreciación personal que con seguridad encontrará objeciones: veinte años después de escribir El águila y la serpiente, que derrocha la frescura de su joven adulto escritor, un mucho más maduro Martín Luis Guzmán emprende la tarea de escribir las memorias de Pancho Villa¡nada menos que puesto en los zapatos del sanguinario "Centauro del Norte"! Y ese bandido, violador y asaltador se convierte, gracias a don Martín, en un personaje literario heroico, arrojado y temerario -aunque, a fin de cuentas, inventado - que resultó atractivo para la historia oficial - al grado de haber puesto su nombre en letras de oro en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Pero Martín Luis Guzmán lo conoce bien y no se deja engañar; prueba de ello son los muchos párrafos en los que narra varios episodios que hacen evidente su posición frente a Villa: ¡terribles días aquellos en que los asesinatos y los robos eran las campanadas del reloj que marcaba el paso del tiempo! La Revolución, noble esperanza nacida hace cuatro años antes, amenazaba disolverse en mentira y crimen. ¿De qué servía que un pequeñísimo grupo conservara intactos los ideales? Por menos violento, ese grupo era ya, y no dejaría de ser, el más inadecuado para la lucha; lo cual, por sí solo, convertía a la Revolución en un contrasentido: el de encomendar a los egoistas y criminales un movimiento generoso y purificador por esencia...Un poco más allá estaba el tren de Villa con su guardia de dorados. De éstos brillaban al sol la actitud pistolera, los presagios de su crueldad, la dureza de su fatalismo sanguinario e ignorante. Más lejos se extendían las pobres milpas en rastrojo, por donde había yo visto pasar, venticuatro horas antes, a los cinco falsificadores condenados a muerte, sin juicio ni ley. Y todo ello servía de marco a un cuadro que me obsesionaba imaginativamente y en el cual veía yo a mi maestro Agustín Aragón explicando a sus alumnos, frente a encerados cubiertos de alfas, de betas, de gammas, las leyes de la Mecánica y las del movimiento de los astros. Ignorancia, mediocridad y violencia frente a educación.

Posdata: Me llamó la atención el estado en aquellos días de nuestros ferrocarriles mexicanos ¿Alguien sabe qué nos pasó?: trenes de generales, trenes de civiles iban y venían por las principales vías...convoyes de guerra o máquinas fugaces seguidas de un coche salón y un cabús, donde viajaban, a la velocidad del rayo...se saludaban las locomotoras, charlaban las tripulaciones y, si los trenes llevaban políticos de altura, los viajeros descendían del tren y hablaban gravemente. Así fue como Vasconcelos y yo nos encontramos una de aquellas mañanas, entre Torreón y Fresnillo...

Amigos: Ya con ésta me despido,chabacanos en canasta:ya no quiero saber nada,con lo que he sabido basta.Ya con ésta me despido,con una estrella de oriente:no se les vaya a olvidar lo que tenemos pendiente.

sábado, 21 de agosto de 2010

De esto y de aquéllo

No puedo hablar de la obra del escritor valenciano Manuel Vicent (Castellón, 1936) mas que por su libro Verás el cielo abierto (2005). Lo único que sé de él es que es un escritor y periodista prolífico y que dos de sus novelas (Son de mar y Tranvía a la Malvarrosa) han sido adaptadas y llevadas a la pantalla grande. Sobre Verás el cielo abierto , el propio autor nos dice: me gustaría que se leyera este libro...como se entra en una habitación íntima, en una tarde de lluvia y uno se pone cómodo, se sirve un té o una copa y se siente a gusto sin necesidad de ir a otra parte. Unas veces esta habitación será luminosa con la ventana abierta por donde llegan los perfumes desde el fondo de la memoria; otras, podrá ser cálida y confortable...Si el lector, al terminar el libro, cree que ha pasado la tarde en el mejor lugar...podré imaginar que he escrito lo que quería. Y en efecto, la lectura del libro me produjo una plácida y singular sensación de "estar a gusto". La trama, si es que la hay, versa sobre una serie de vivencias del escritor, quizá aquellas que importan en el repaso de su vida, y que al mezclarse con sus pensamientos actuales producen afirmaciones profundas y compartidas: fue mi primer amor, nos dice, y a medida que me fui haciendo adulto se multiplicó en las mujeres que amé, porque el amor es lo eterno y no lo amado. O en otro pasaje: Si yo fuera un buen pescador pondría esta llampuga de carnada para ver si pica una lecha de siete kilos y redoblo la suerte, pero no quiero arriesgarme a tener este sobresalto. Los placeres hay que limitarlos. En el fondo, ése ha sido mi quebranto...Huyendo de los placeres comprometidos siempre me he refugiado en las estrellas, en esas luces lejanas que te observan y no te juzgan.
Bellamente escrito, ameno y sin mayores complicaciones, creo que Vicent logra cabalmente su cometido: agasajarnos con un hermoso escrito que nos brinda luminosidad, nos produce sensación de calidez y, como en el caso del siguiente diálogo, nos provoca admiración por el momento que logra plasmar:
-¿Qué quieres saber?
-No sé, algo que me conmueva. No me importa que te lo inventes.


Y pasando la hoja, nos encontramos con que hace escasos dos años, la BBC de Londres produjo una serie para televisión en la que relata un insólito juicio llevado a cabo en una de las barracas del tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz (Juicio a Dios). Dirigida por Andy DeEmmony (conocido director de teleseries), la película se basa en un guión del escritor inglés Frank Cottrell Boyce y cuenta con un elenco de notables actores, entre ellos, el británico Rupert Graves (¿se acuerdan de la película Damage, con Jeremy Irons y Juliette Binoche, en la que la novia del hijo se hace amante del padre? Pues sí, Rupert era el hijo-novio engañado).
Con formato más próximo al teatro que al cine, la trama se desarrolla básicamente en un solo espacio: un inmundo galerón en el que convive un grupo de seres humanos: hacinados, mal comidos, mal tratados y, sobre todo, humillados, que solo esperan la orden para ser llevados a la cámara de gases. Aún así, siguen respirando con la esperanza de que su número no sea el siguiente y puedan sobrevivir aunque sea en esas condiciones. El mundo se ha volteado al revés y ustedes se han caído, les dice el carcelero, un exconvicto que en esas circunstancias les hace ver, a ellos -médicos,abogados,religiosos, científicos- que allí, en ese infierno, él es "el rey, el presidente, el canciller, el Führer..., Dios".
Cada uno de los mil prisioneros que alberga la barraca tiene su historia particular, a cual más trágica, que, en general, se lleva con resignación y miedo y se palia con la oración; sólo una voz se levanta (que a partir de ahí tendrá otros seguidores) ante la magnitud del infortunio y de la deseperación y reta a Dios por haberlos llevado, sin crimen cometido, a esa situación. La película comienza en las épocas recientes, con un grupo de turistas que realizan una visita guiada por el que fuera escenario del holocausto del siglo pasado. Una jovencita, al ver el lúgubre ambiente se pregunta: ¿cómo es posible que estas atrocidades se cometieran? y la respuesta da comienzo a la situación del lugar en 1945, en la que un grupo de judios a punto de ser exterminados, realiza un juicio contra la acción de Dios. Entre ellos constituyen un tribunal con tres jueces: el padre de la corte o defensor, el dayan o inquisidor y el jefe de la corte, encargado de coordinar el juicio. Este último pregunta quien es el acusador y cuál la acusación, "yo" responde el retador de Dios y dice: "la acusación es por asesinato y colaboracionismo". Claro que estas palabras desatan una fuerte discusión que llega finalmente a un acuerdo: enjuiciar a Dios por incumplimiento de contrato; por haber roto el pacto establecido con Moisés en el desierto, en el que afirmó que de todos los pueblos, el judío sería el elegido. Lo que sigue, propiamente el juicio (con una duración de noventa minutos), mantiene al espectador sin respiración. Opción muy recomendada que, ahí les va un supertip, se puede ver en la televisión en el canal Film&Arts o en Youtube, en su computadora. De verdad, no se la pierdan y luego la platicamos.

sábado, 14 de agosto de 2010

Comparaciones

Me ha resultado muy interesante en estos días poder hacer la comparación entre la adaptación televisiva (canal Europa,Europa de Sky) y la cinematográfica(en DVD) del libro escrito en 1945 por Evelyn Waugh (Inglaterra 1913-1966), Retorno a Brideshead, memorias sagradas y profanas del capitán Charles Ryder. El libro, en palabras del autor, trata de la acción de la gracia divina sobre un grupo de personajes. No estoy tan segura de que las versiones a las que me referiré rescaten lo dicho por el autor; para mi gusto lo enriquecen al poner a discusión, precisamente, la gracia divina. Evelyn Waugh, de famila conservadora anglicana, se convirtió al catolicismo en 1931, fue uno de los pocos escritores ingleses que apoyaron el alzamiento del general Franco en España, y su obra, según sus críticos, está llena de ironía hacia la aristocracia inglesa con la que convivió, siendo muy joven, a partir de su estancia en la Universidad de Oxford. Si bien lo anterior son solo “flashazos” sobre la vida y pensamiento de este autor, creo que son esenciales para entender el conflicto presente en la trama de esta novela. Retorno a Brideshead, tiene mucho de autobiografía (aunque los lugares y las personas adopten nombres ficticios o cambiados) en la que el autor refleja su posición (¿y sus dudas?) frente a la muerte, la religión, la aristocracia, la libertad, el conservadurismo, la guerra y... el paso del tiempo. En la adapatación televisiva (1981) -que vale la pena ver aunque solo sea por las actuaciones de Jeremy Irons, John Gielgud, Laurence Oliver y Jane Asher-, los directores Charles Sturridge y Michael Lindsay-Hogg logran, en sus once capítulos,transmitir al espectador el asombro de un joven agnóstico y austero, principal protagonista, ante la forma de manejarse y de vivir de la aristocracia católica inglesa de aquellos años (y me temo que eso no debe haber cambiado mucho). Charles Ryder es un joven de una zona clase media de Londres, que mantiene una relación respetuosa con su padre, aunque casi inexistente, y que cifra sus expectativas en la posibilidad de entrar al mundo de la intelectualidad. Para ello, pone el pie en la Universidad de Oxford ¿dónde mejor? En sus primeros meses en el college, y a raíz de un encuentro fortuito con el hijo de Lord Marchmain, empieza una vida que parece abrirle caminos más atractivos que las periódicas reuniones con sus aburridos compañeros de su clase de historia. Su sexualidad, a esa edad adolescente, también es parte de la trama y también lo es la confrotación entre el rígido catolicismo inglés, lleno de culpas, y la vida licenciosa de algunos de sus practicantes. Esplendor y decadencia crean una urdimbre que se entrelaza con la muerte y la guerra. A Charles Ryder, la gracia divina lo convierte en un observador de los destinos de la aristócrata famila Marchmain. Filmada en escenarios maravillosos -varios de los colleges más hermosos de Oxford, el majestuoso castillo de Howard en Yorksire, la ciudad de Venecia con sus espléndidas vistas y palacios y hasta el bien conocido trasatlántico de cinco estrellas (y más), el Queen Elizabeth II -, parece no haberse escatimado en nada. La música de Geoffrey Burgon, notable.
Por su parte, la película (2008), es de realización mucho más modesta y aunque también tiene actores de la talla de Emma Thompson y Michael Gambon, no puede compararse en este aspecto con la versión para la pantalla chica. También es disfrutable y su director (Julian Jarrold) hace un buen trabajo, sin embargo, la serie tiene una ventaja adicional: su duración, pues mientras la película transcurre en 135 minutos, la serie se toma cinco veces ese tiempo, con lo cual en esta última se puede lograr un retrato mucho más intimista de los personajes. Pero aún así, en ambas versiones hay algo que me parece importante resaltar: a pesar de que el autor de la novela pone el énfasis en la fuerza del arrepentimiento de los pecados, las adaptaciones tienen su visión particular del asunto y se centran en el tema de la manipulación, mediante la culpa, que ejerce la religión en sus seguidores; en este sentido quizás es más audaz la película: vivir en el pecado, parece decirnos, crea una especie de perturbadora espada de Damocles de la que se sobrevive con el rito de la confesión pero morir en el pecado es inadmisible ya que acarrea un destino de condena eterna. Ni dudarlo, el tema, el autor y las adapataciones, dan para una buena discusión.

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sábado, 7 de agosto de 2010

Puros cuentos

No he podido encontrar ninguna referencia al último libro que he leído -Después de la tormenta- ni tampoco referencia alguna a su autor, Severino Fernández Nicolás. El libro está publicado por ediciones G.P, en el año de 1974, y fue un regalo que me hizo un familiar para que me ilustrara sobre los años de la posguerra española. Debo decir que está bien escrito, sin destacar, y que el buen manejo de los diálogos logra “engancharte”. La trama se desarrolla en los años cuarenta, primero en la zona de Asturias y después en los alrededores de León. La protagonista principal es una mujer viuda de guerra que para mantener a sus cuatro hijos pequeños se introduce en el mundo del estraperlo: compra-venta ilegal de artículos sujetos a racionamiento por parte del gobierno (en España, el racionamiento, y por tanto también el estraperlo, duró de 1936 hasta 1952). No puedo decir que no aprendí o corroboré algunas ideas con esta lectura pero, por otro lado, me sorprendió el grado de confusión (y quizá hasta mal intencionada) que destila la novela. Menciono sólo dos aspectos: se dice repetidamente que los rebeldes eran los repúblicanos, cuando es un hecho histórico que lo que sucedió en España fue un levantamiento de los llamados nacionales en contra de un gobierno legalmente instituido: la república española. El segundo aspecto que destila manipulación pura es la figura de un republicano, cuñado de la viuda, que ha pasado siete años en la cárcel y que, a su decir, ha aprendido mucho y refrendado su pensamiento político. El tal sujeto es un ser humano despreciable que quiere abusar de su parienta y de la hija de ésta, su sobrina carnal; un animalazo que por fuerza tiene que provocar rechazo en el lector; así que saque usted sus conclusiones. Libros como éste proliferaron en la época franquista y todavía hoy, en el periódico El País se anuncia que se acaba de editar la novela Soldados de la noche (primera de una serie publicada originalmente en 1988) del neoyorkino Alan Furst, “que se le puede atragantar a cualquier lector español medianamente culto” y es que gran parte de la novela transcurre durante la Guerra Civil española de 1936, ... “y revela que el autor tiene apenas vagas ideas de aquel conflicto...”. Mucho cuidado con creernos todo lo que leemos.

Y en este mismo sentido, aunque en este caso se nos advierte que se trata de trasgresiones intencionadas de la realidad, Ficciones de la revolución mexicana (tema muy adecuado para los tiempos que corren) del escritor mexicano Ignacio Solares (Ciudad Juérez, Chihuahua, 1945), es un compendio de diecisiete cuentos que nos llevan a imaginar el qué hubiera pasado si caudillos, héroes, tiranos, traidores y turba que protagonizaron la revolución mexicana hubieran actuado de manera diferente a como los reporta la historia oficial. ¿Qué hubiera pasado, por ejemplo, si Arnulfo Arroyo hubiera matado a Porfirio Díaz en el atentado de 1897? ¿Qué, si como se pregunta el autor, Madero hubiera mandado fusilar a Huerta por traidor y le hubiera dado el mando del ejército a Felipe Ángeles? ¿Qué, si Pino Suárez, abatido por el tiro de gracia que le propinó el cabo Pimienta, hubiera gritado: la política solo me ha proporcionado dolores y decepciones ...ni siquiera tengo la vocación de martirio del Presidente Madero...? De especial interés resulta el cuento Los mochos, que narra, en voz de José de León Toral, una supuesta conversación con el general Álvaro Obregón, ante un supuesto atentado fallido contra el caudillo. Afirma Toral, después de escuchar una íntima confesión de su interlocutor: Por eso reitero aquí, ante ustedes, ...no fuí yo quien acabó con la vida del general Obregón...Un breve tiempo ahí con él había sido suficiente para darme cuenta del absurdo que había cometido...Entonces el propio general Obregón tomo la pistola, la llevó a su sien.... ¿qué hubiera pasado si Obregón se hubiera suicidado? En esta colección de cuentos, Solares parece rescatar un conjunto de retazos de otras novelas suyas y aprovecharlos para zurcir un traje cuya confección se antoja arriscada, igual que los bigotes de Felipe Ángeles, a decir del escritor (¿o será también ficción?). La nota final, en la que Solares le explica al lector la intención y la motivación de los cuentos, es reveladora y, para mi gusto, hubiera sido mejor como nota preliminar que como epílogo. Aún así, está bien bien escrita y resulta un excelente ejercicio para la imaginación... aunque no nos lleve a ninguna parte.

Y para postre, La humillación de Philip Roth (New Jersey, 1933). Hablar sobre una novela de este Roth (Philip) es garantía de un tema fuerte (Elegía, La mancha humana, American Pastoral, entre otras). Ahora bien, si además se trata de una humillación, como su título indica, el lector no espere un cuento de hadas (o de vampiros, para el caso). Respire hondo...y al ataque. Un escritor sesentón agotado profesionalmente y abandonado por su mujer, encuentra una tabla de salvación en el deseo erótico que se establece mediante una relación “amorosa” fuera de lo común. Escrita en tres actos y en escasas ciento cincuenta y seis cuartillas, esta novela nos enfrenta al derrumbe de un ser humano. Desde nuestro sillón de lectura vamos temiendo a cada hoja que las decisiones que va tomando el actor retirado, quizá explicables y razonables dadas las circunstancias, lo harán llegar al mas profundo de los pozos. ¿Será justificado nuestro temor? Léanla sin escandalizarse; se trata de un intento de sobrevivencia a cualquier costo...¿puro cuento?