Vea usted, de los cientos o miles de
autores magníficos y de las tantas obras excelentes que estos autores
magníficos han escrito, me pregunto hoy cuál es el LIBRO que, literalmente, me
ha cambiado la vida. Lo primero que he pensado ha sido -siendo lectora
insaciable, gustosa del buen leer como de la buena comida o el buen vino, y
teniendo en mi haber tantos libros leídos y degustados-, que ésta iba a ser una
ardua tarea que me llevaría días o meses de reflexión; pero no, de inmediato, en segundos, se me ha
venido a la mente ese libro, el libro que me permite contestar y afirmar que
sus páginas lograron que hubiera un
antes y un después en mi existencia. Su
autor y sus personajes me llevaron a tierras desconocidas y harto misteriosas, me enseñaron el arte de
utilizar la palabra adecuada para cada cosa y la frase precisa para cada
situación; me abrió puertas cerradas y, por sobre todo lo demás, me hizo darme
cuenta, por perogrullada que parezca, que una misma puesta en escena, con los
mismos personajes y entorno, en un mismo tiempo y espacio, puede ser descrita,
narrada, entendida y asimilada de múltiples maneras diferentes; fue una verdadera revelación. Solía
pensar que las cosas sucedían como yo las había visto y vivido y, de repente,
me di cuenta que la verdad absoluta no es tal, que la verdad no es única; es, si acaso, el conjunto de
percepciones individuales descritas por cada uno de los los presentes en el momento y sitio específicos. Por eso es tan dificil reconstruir hechos, desde los
más inocentes hasta los más complejos. Desde su lectura, soy más cauta en mis juicios,
más sensible y más analítica: ojo, me digo, los demás han visto otra cosa diferente, aunque esa diferencia sea cuestión de matices.
El libro (o la tetralogía) El cuarteto de
Alejandría, de Lawrence Durell, tuvo ese enorme impacto en mi forma de ver
las cosas. Lo dicho: hay un antes y un después de Durell en mi vida.
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