sábado, 8 de enero de 2011

Vargas Llosa y el hablador

En 1987 Mario Vargas Llosa publica su pequeña novela, El hablador, veinte años después de haber publicado La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y Conversación en la Catedral (1969). La publica, tras catorce años de que apareciera en el mercado literario Pantaleón y las visitadoras, once después de La tía Julia y el escribidor, seis después de La guerra del fin del mundo y tres, de La historia de Mayta. Después de El hablador vendrían, entre otras, Elogio a la madrastra (1988), Los cuadernos de don Rigoberto (1997), La fiesta del chivo (2000), Travesuras de la niña mala (2006) y, el año pasado, El sueño del celta.
Dentro de este festín de estupendas novelas, que por una u otra razón han dejado huella en sus lectores, sea por el magistral manejo de sus complejas tramas, sea por el uso excepcional que el autor le da a las palabras o por los diálogos que llegan a a ser parte de los personajes, El hablador, con su estructura lineal y sus únicas dos voces narrativas bien diferenciadas, que comparten los capítulos del libro, ha sido relegada como una novela menor de este autor. Poco conocida y, menos aún comentada, sus escasas doscientas páginas aparecen como un relato cualquiera. Pero no, no es un relato común y corriente. Haga usted el siguiente experimento: léala y comprobará que la novela se queda rumiando en su cabeza por largo tiempo. Mientras estamos en ese cometido, la narración nos lleva a compartir con una de las voces protagonistas (que uno deduce que se trata del propio autor) una obsesión añeja y recurrente: ¿quién es el hablador, cuál es su misión?. Y una vez terminado el libro se nos queda sembrada una inquietud, un sentimiento, una denuncia, una convicción que nos ha de asaltar de vez en vez: en el mercado, viendo la televisión, platicando con los amigos, durante el ocio, trabajando. Tal es la profundidad de lo que allí está escrito. Este libro es una visión completa del quehacer del autor como novelista, de su ejercicio como hablador "civilizado" frente a un origen nómada -no personal sino genérico- que se desvanece poco a poco junto con los tiempos que corren. No he dicho que el segundo narrador es la voz de un indio machiguenga (o de un judío amigo de juventud del primero -de apodo el Mascarita- que se mimetiza con los machiguengas del Amazonas al asumir su vocación de hablador). El hablador es un narrador andante ( ¿un judio errante?) que va de aldea en aldea trasmitiendo la cosmogonía de su tribu; quizá de todas las tribus. Así, el hablador civilizado narra su historia atormentado por el destino de los indígenas que, sin haber salido de la época prehistórica, cohabitan en un mundo paralelo que tiende a arrasarlos: el mundo del desarrollo y la modernidad. Su supervivencia ya no estriba en esa feroz lucha diaria contra la naturaleza, ahora sus depredadores tienen otros rostros más ocultos y peligrosos. El hablador indígena no sabe más que de sus mitos y sus creencias; no sabe más que de su misión transmisora y no es consciente de la existencia de ese otro narrador civilizado que lo engloba... aunque él, el cuentista prehistórico, sea el origen. Y esa no sólo es la trama, ¡es también la estructura de la novela!
En el discurso del 7 de diciembre pasado, en la entrega que se le hizo del Premio Nobel de Literatura, Vargas Llosa vuelve a la carga con sus obsesiones, quizá para exorcizarlas, dándole su lugar y su importancia a cada quien -a cada hablador: a él y al hablador machiguenga. Por lo menos en tres de los párrafos de ese extraordinario discurso, don Mario me remitió a El hablador, gran novela:

...Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.
Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.
De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.
Estocolmo, 7 de diciembre de 2010.


Qué maravilla...

4 comentarios:

  1. Esperemos lo mejor en 2011.
    El nobel de este año, nos ha revuelto un poco las entrañas y todos hemos ido a buscar en nuestras bibliotecas sus libros, los recientes y lejanos para estar más cerca de él.
    El que has escogido, está en sintonia, le he vuelto a dar una ojeada, hacia tiempo que lo leí, y con tu comentario, voy llegando a una conclusión, creo que para el autor esta novela es una obsesión desdoblada, sus experiencias civilizadas, ordenadas e historicas chocan con el Hablador indigena donde todo es magia y leyenda, no hay espacio ni momento.
    El movimiento aparece en ese momento entre Florencia y Perú, la exquisitez por el gusto del renacimiento ante la grandiosidad amazonica- con cual nos quedamos?- dificil decisión.
    Aparece enseguida un momento de confusión, que no nos abandona durante la lectura y las reflexiones y la lucha entre la palabra y la voz.
    A lo largo de la historia se ha pasado de las tradicciones orales a la palabra escrita y no se pueden desligar ni tampoco caminar solas estan condenadas a entenderse.
    Veo, una gran lucha interior del autor,( te confieso que lo estoy leyendo con otros ojos y distinta aptitud),de una parte lo primitivo, los sueños, la magia y por otro lado un mundo diferente sofisticado.
    Mi duda es, si intimamente quiere separar los dos mundos, yo creo que los necesita a los dos para su pilares de vida y transformación, su mundo real no quiere perder de vista a la magia amazonica.
    Ligeramente el mundo onirico, me lleva a Comala (siento fascinación por esa novela)
    Ya me dirás que te parece mi opinión.
    Un beso, Cósima

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  2. Querida Cósima:

    Me ha gustado mucho tu comentario. Me has hecho ver que me dejé varias cosas en el tintero que vienen a reforzar mi asombro ante esta novela. El hecho de que se escriba simultáneamente desde Florencia y desde la selva es una pista más que nos deja el autor para nuestras cavilaciones. Otra es el orden histórico y la civilización frente a la leyenda y el mito atemporales, y otra más, la lucha entre el escribidor y el hablador.
    Te confieso que pienso- igual que lo confiesa Vargas llosa en el libro- que a los índigenas, que viven en el atraso y la pobreza, habría que incorporarlos, con programas sociales y educativos, a la civilización...pero después leo que un análisis de los niveles de felicidad en más de 65 países realizada por World Values Survey mostró que Nigeria tiene el porcentaje más alto de población feliz en el mundo y que Francia el más bajo y me quedo con la boca abierta ¿en qué consiste la felicidad?. Yo soy procivilización pero no dejo de ver y de valorar esa necesidad de Vargas Llosa de hacer convivir el mundo mágico y el sofisticado.
    Me diste otro buen consejo en tu comentario: leer dos veces esta novela; lo haré dentro de unos años (para que asienten los posos de esta primera lectura y ya te comentaré del resultado.
    Te deseo un buen año
    Un beso
    R

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  3. Me parece muy interesante observar en la escritura de Vargas Llosa esta posiciòn que maneja en el libro porque sì, es cierto, es una obsesiòn que lo ha invadido y que de alguna manera trabaja, tanto en sus primeros textos como en los màs actuales, pero con un enfoque distinto.

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  4. anónimo:
    Es interesante eso que dices de que la obsesión a la que hace referencia el blog, se presenta en varios de los libros del autor pero con "un enfoque distinto". Ojalá me pudieras explicar un poco más esto del enfoque distinto. Me parece importante para entender la trayectoria de Vargas Llosa. Como sabes, él ha sido atacado por sus posiciones políticas y, en particular, dicen sus detractores, por haber presentado posiciones no consistentes.
    gracias
    un abrazo
    Rosa

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